«Para que haya comunicación, para que no haya soledad, para que haya compañía, se requiere de otro, pero el otro es por lo común otro, y por eso a veces se marcha, excepto cuando el otro es uno, es decir, cuando uno lo ha construido y entonces sólo puede alejarse en la medida en que uno lo abandone: ese otro que es uno es el propio oficio»: Pablo Fernández Christlieb en La lógica epistémica de la invención de la realidad (1994).
desperdigadas.- Estas palabras no hacen más que evidenciar una característica inherente a nuestra naturaleza y que, a pesar de ser muy obvia, tendemos a olvidar: somos sociales, producto de relaciones con otros seres humanos, dueños absolutos de un mundo de significados que constantemente necesitamos contrastar y afianzar.
Somos, por decirlo de alguna forma, dos sujetos en uno: el individual, representado por ese “yo” del que todos hablan cuando se refieren a ellos mismos; y el personal, encarnado en ese “mi” fruto del contacto con “otro” que no soy “yo” pero que forma mucho de mi espíritu colectivo. Incluso podemos llegar aun más lejos y asegurar la existencia de un tercer sujeto: el “nos”, más grupal que personal y de mayor trascendencia porque implica cierto grado de vinculación con “otros” (en plural) y que, por lo tanto, denota una capacidad de acción grupal al identificarnos con “otros” que también son capaces de actuar intergrupalmente.
El término personalidad se ha estudiado, en la gran mayoría de los casos, desde el punto de vista de las características únicas y singulares que distinguen a los individuos de los demás. Pensamiento, comportamiento y percepción vendrían a ser los pilares fundamentales de tal distinción. Sin embargo, estas pautas no constituyen toda la personalidad del individuo. La misma se esconde tras estos elementos porque, como en algún momento lo propuso Freud a través del psicoanálisis, el inconsciente domina gran parte de la conducta de las personas. « Hay que llegar al fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo», pensaba el poeta francés Baudelaire.
Lo nuevo sería, en este caso, lo poco exhibido, lo no comentado, lo siempre pensado, lo nunca ejecutado. Lo nuevo sería, en este caso, la realidad. Y esa realidad, es decir, lo que pensamos del mundo, va a depender de cómo observemos ese microcosmos.
Podemos conformarnos con ser simples espectadores y vivir sobre la base de lo que solo nosotros queremos: siempre a distancia del objeto, de otro. También podemos ser absorbidos por el objeto y dejar de vivir lo que deseamos vivir (este sería el caso de las adicciones).
No obstante, nos quedaría una tercera opción: olvidar la deshumanización de la primera alternativa y desechar por completo la extremada sumisión de la segunda posibilidad, para permitirnos traspasar los límites de la realidad e ignorar -cuantas más veces, mejor- la existencia de un sujeto que conoce y un objeto dispuesto a ser conocido. Esta teoría epistémica propuesta por Fernández se denomina Encantamiento, y su postulado más importante -secundado de alguna forma por el filósofo Fernando Savater- descansa en la necesidad de ponernos en el lugar de otros sin dejar de ser uno mismo. Es reconocer en un árbol, un bolígrafo sobre la mesa, la computadora sobre la cual estoy escribiendo, una semilla o el planeta Tierra, un poquito de nosotros mismos.
El hombre, en su acepción más amplia, es productor y producto de su historia, de su cultura. Es social. El sustento de la sociedad son las constantes interrelaciones entre Homo sapiens. La socialización. ¿Y qué proceso verdaderamente complejo es inherente a la socialización, a la instauración de una sociedad? La comunicación.
Pero la comunicación, sobre todo cuando se le utiliza para indagar y llegar a conocer a una persona, es más que lenguaje, y el lenguaje es mucho más que palabras. En este sentido, la Entrevista de Personalidad es un proceso cognitivo complejo que va más allá de un escueto interrogatorio de rutina usado como técnica para la búsqueda de información, en donde importa el qué y no el quién.
Intimidad. Miedo. Deseos de poder. Ansiedad. Conflictos. Temor. Gustos. Pensamientos. Dolor. Timidez. Nervios. Tantos sentimientos ocultos en esa máscara tan personal pero a la vez tan disfrazada.
Tantos deseos de descodificar innumerables significantes, y tan limitado que es nuestro lenguaje cuando se trata de subjetividades, de intersubjetividades. Porque la afectividad no tiene palabras: se siente y nada más. Acaso, ¿es posible advertir “mariposas” en el estómago cuando estamos enamorados? No lo creo. Lo que sucede es que nuestro vocablo no puede precisar sensaciones desconocidas incluso por quienes las padecen. Qué difícil resulta entonces para el periodista crear una imagen confiable de su entrevistado y lo más cercana posible a su esencia natural que, posteriormente, sea comprendida por el público.
Esa imagen que recibirá la audiencia estará determinada, en gran parte, por la forma de ver el mundo del periodista o entrevistador. Categorizamos, generalizamos, simplificamos, estereotipamos y nos dejamos arrastrar por un caudal de expectativas, impresiones, conocimientos previos, ideologías y creencias que, a la larga, influyen en la elaboración de todo trabajo periodístico.
La persona escogida para ser destacada en una Entrevista de Personalidad podrá ser conocida por otros sí, y solo sí, el profesional de la información lo hace. ¡Algo tan espinoso de conseguir porque ambos, entrevistado y entrevistador, durante toda la conversación, estarán representando papeles! Sí, papeles, como en una obra de teatro de la vida real.
Entrevistado y entrevistador nunca son lo que son cuando están presentes otros. El primero tratará por todos los medios de quedar bien, de no cometer ningún error, de no decir más de la cuenta. El segundo, la más de las veces, no se molestará en “caer bien” porque su principal objetivo no es agradar: es descubrir cosas muy recónditas del personaje; es llegar a sentir como el otro, ser capaz de ponerse en su lugar sin olvidar, claro está, que debe regresar de ese encantamiento. Porque de su regreso, de su buen regreso, y de su gestáltica percepción del otro, dependerá su manera de cincelar lo más hermoso -porque lo desconocido es hermoso- de esa persona.
El periodista, el auténtico periodista, sabrá que lo más importante no es lo que se dice durante la cita, sino cómo se dice. Hay muchísima tela que cortar en aquello comunicado mas no hablado, comentado. La comunicación es más que lenguaje, y el lenguaje no es un glosario de palabras y nada más. Una mirada, un gesto, un golpecito sobre el escritorio, sacar un cigarrillo del bolsillo, una sonrisa, pueden ser factores altamente delatores. En la mayoría de los casos, acciones de esta índole escapan de nuestro control, y es precisamente allí a donde el periodista quiere llegar: al inconsciente, a lo más privado, a lo íntimo, a lo sustancial de ese ser.
El periodista, el auténtico periodista, deberá tener mente abierta, siempre proclive al cambio, a lo distinto, a lo imprevisto. Si estamos al tanto de que somos sociales, es decir, que dentro de nosotros coexisten estereotipos, prejuicios, creencias, ideologías, actitudes y un sin fin de productos colectivos de bastante incidencia en nuestra visión de mundo, podemos ser ecuánimes y evitar encasillar a nuestro personaje. Porque, como lo sostiene Rosa Montero, es el periodista quien maneja los hilos de cualquier encuentro. Es él quien tiene la responsabilidad y el poder de pulir el trabajo, por muy “malo” y “vacío” que nos pueda parecer el contacto preliminar. Tal vez esta sea una de las razones por las cuales muchos le temen a un periodista... y a su grabadora.
La Entrevista de Personalidad tiende a traspasar los límites del periodismo informativo hasta convertirse en memoria viva, en tiempo detenido, en obra creativa, en un mosaico literario de la naturaleza humana. Sin llegar a la ficción, a lo ridículo, a lo grotesco, a lo banal, nosotros, reporteros, narradores y autores a la vez, podemos hacer de este maravilloso instrumento algo más que un frío interrogatorio inveterado. Al fin y al cabo, la Entrevista de Personalidad es historia: de un lugar, de un momento, de dos personas, de una vida. De toda una vida. Y los lectores, nuestros lectores, merecen que se la narremos bien.
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