La piel siempre está a la expectativa de ser visitada
Cuando dos personas bailan al ritmo de un bolero dejan mucho más que humedad en sus permisivos cuerpos. El lenguaje de la piel hace de las suyas: caricias en el lóbulo de la oreja, apretones de abdomen, manos inquietas recorriendo la espalda y hasta roces inesperados por debajo de la cintura. Al son de la música, la amalgama táctil se resiste a la separación, evitando de este modo que sus huellas sean fácilmente borradas tras el primer cambio de melodía.
Esas caricias en las orejas, los apretones de vientre, el cosquilleo en la espalda y hasta aquello que no se desea percibir son advertidos gracias a la existencia de millones de extremidades nerviosas presentes en la piel del ser humano y responsables del tacto.
Con aproximadamente dos metros cuadrados de extensión, la piel tiene múltiples y variadas funciones: resguarda -y envuelve- todos los órganos del cuerpo humano de las innumerables amenazas externas, bien sean físicas, químicas o ambientales; y regula la temperatura por medio de la producción de glándulas sudoríparas.
La piel, además, es la imagen corporal de las personas; de allí la importancia otorgada a los productos de belleza y protección.
El filósofo francés Jean Paul Sartre decía que la caricia «no es un simple roce de epidermis; es, en el mejor de los sentidos, creación compartida». La piel es el órgano de intercambio social por excelencia. No todo se queda en un simple registro químico, en una impresión o sacudida repentina. El roce epidérmico irradia sentimientos y motoriza vínculos.
En este sentido la piel y, por ende, las caricias, también pueden ser consideradas el principal motor de las relaciones de pareja.
Y es que desde el cuero cabelludo hasta la punta de los pies, la superficie corporal del ser humano se encuentra en un estado perpetuo de erectibilidad.
Las caricias, fundamentales en las relaciones interpersonales, son contactos corporales prácticamente reservados para aquellos que mantienen un lazo muy íntimo. Lamentablemente, hasta en estas reservadas esferas el empalme físico puede llegar a descuidarse.
Cristina Álvarez Reinares lo corrobora vehementemente en su obra La piel como frontera. Tocar, sentir, ser. «La erótica del gusto, la de la vista, la del oído, la del olfato, se funden en una totalidad global, en la del tacto. El tacto supone la máxima proximidad del erotismo. La piel se humedece de placer, se moviliza con imperceptibles sacudidas, incontrolables, vibra, se acalora, se ofrece pletórica, lujuriosa en su tersura o temerosa en su rugosidad».
Quizás por eso la piel, como el bolero, se resiste a los cambios súbitos de melodía.
Por: desperdigadas